domingo, agosto 12, 2007

Despedida 3

El aeropuerto es más frío de lo que parece. Y también es muy grande, tan grande que a pesar de toda la gente que hay nunca está lleno. Es blanco y eso lo hace transparente. El aeropuerto me esperaba en una noche casi fría; rodeado yo estaba de amigos, rodeado estaba yo de gente que vino a decirme adiós. De gente que vino hasta aquí a pesar de que era domingo y al domingo dios lo creó para descansar. Estaban todos menos ella. Pero no le di importancia, total, siempre pensé que no vendría. Y hasta allí llegué yo con dos maletas llenas. Una llena de ilusiones, de ropa y de algunos discos. Y otra, que pesaba horrores, llena de libros; libros que me fueron marcando desde que supe ver una hoja y leer en ella. El aeropuerto es silencioso, a pesar de que todos gritan, aunque la gente que vino a verme no lo hacía. A mí en estos momentos no me gusta pensar en nada, solo dejo que pase el tiempo a pesar de que sé que si pienso el tiempo igual va a pasar. Hablaba yo con mucha gente, a todos los quería mucho, mi familia daba vueltas y quizá muy dentro de cada uno de ellos había algo que les decía que yo nunca más iba a volver.

El tiempo siempre llama a tu puerta, por eso la señorita encargada llamó a los pasajeros que tenían el mismo destino que yo. Yo seguía sin pensar en nada, solo me levanté y cogí mi maleta pequeña que llevaba un par de libros y objetos raros que voy coleccionando por todas partes, cosas que me hacen recordar momentos especiales de mi vida, como la foto que ella me dedicó. El aeropuerto no se inunda jamás, a pesar de que todos lloran. En el aeropuerto siempre hay una cámara, así que me hice fotos con toda esa gente que me conocía desde que nací u otros que me conocían mejor que yo. Yo volteé por última vez para ver si ella entraba por una de las tantas puertas del aeropuerto, pero no lo hizo y no lo iba a hacer en toda la hora en que me despedí de todos. No sé cuántos eran, pero sé que me despedí de todos, a cada uno dediqué el momento que se merecía, mi madre, pobre ella, lloraba ya desde hace muchas horas y seguro lo seguiría haciendo, algo que nunca pude ver ya que esas son cosas propias del aeropuerto y cuando pasas una puerta ya no puedes ver lo que pasa allí, donde estuviste cinco segundo antes.

No llores, me dije, no llores, siempre ríe, siempre ríe y demuestra que el que parte sabe lo que hace. El aeropuerto tiene muchas puertas y te puedes perder en él, pero nunca pasa eso. Mi impaciencia se hizo evidente cuando me despedía de amigos y de mi familia, no sabía qué decir por eso no decía nada. Las miradas bastan y cuando llegué donde mi primo no me quedó otra que empezar lo que él, tan valiente como es, empezó a hacer por mí: llorar. No fueron sollozos, fueron risas y brindis en forma de lágrimas. Fue el momento que nunca quise tener pero que inevitablemente había llegado. Al despedirme por última vez de la persona que es mi abuelo apuré el paso y entré a lo que llamaríamos la recta final. El aeropuerto no es una iglesia, pero se reza mucho. Al darme la vuelta antes de entrar a la sala de embarque pude ver la cara de todos en una sola, le dije no te preocupes que nos vemos pronto y entré. Ya en el avión, me sentí la persona más alejada de todo el mundo, y pude, por una pequeña ventana, ver el aeropuerto que se alejaba de mí, y entre algunas gotas que empañaban mi vista pude darme cuenta, también, de que el aeropuerto no era tan grande como yo pensaba.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

tnks.JSJC

Anónimo dijo...

Espero que es que nunca llego no haya sido Yo.....Te quiero!!!!

Carlos Rojas Olivos dijo...

Gracias, Chubi, la verdad que esto empezó como una cosa para los demás, para compartir lo que hago, para los amigos y pues eso, este blog es más vuestro que mío.

De nada, Keñop.

No creo que hayas sido ¿tú?...