martes, agosto 19, 2008

De aviones

No sé a cuántos aviones me he subido hasta ahora pero son muchos. Muchos más de los que siempre quise. Muchos y tantos y todos sin un destino final. Todos los lugares a los que voy son escalas. Escalas engañosas que nunca terminan de llenar esa curiosidad que hay en mí. Escalas con diversos colores y paisajes. Escalas de donde salen diversos aviones. Y así hoy han salido más de mil aviones y todos cruzaron por mi cabeza sin yo darme cuenta.

No sé a cuántos aviones me he subido hasta ahora pero son más que muchos. Y en todos he tratado dormir, pero nunca he podido hacerlo. En algunos, en ocasiones, he intentado buscar al amor de mi vida, y al encontrarlo, he esperado que el avión empiece a caer para declararle mi amor infinito, pero esto nunca ha sucedido. Una vez me emborraché por tal motivo, me emborraché tanto con el vino que vino la que tenía que venir para decirme que tanto vino no se podía tomar en un avión. Esa vez cuando llegué adonde tenía que llegar, la primera cosa que hice al bajar fue tomarme la última copa de vino en honor a la que en el cielo me había quitado la felicidad y el placer.

No sé a cuántos aviones me he subido hasta ahora pero creo que a los que he subido han sido más de los que he bajado. Tanto así que cada vez que despega un avión, en el aire se queda, allí entre la nubes, una persona con mi nombre.. Y nunca vuelve. Y nunca llega adonde tiene que llegar. Y sus maletas siguen viajando sin encontrar dueño. Y así suben y bajan sin control alguno, sin nombre, sin nación. Sin casa, sin destino, sin horizonte. Yo, desde arriba, me divierto con la ingenuidad de los que creen haber descubierto algo nuevo, cuando todo en este mundo ya está hecho.

No sé a cuántos aviones me he subido pero en todos había azafatas bonitas. Tan bonitas que vestían blusas blancas y faldas azules. Y a pesar de vivir en el aire parecían ser princesas cuando siempre fueron ángeles. Y con una sola sonrisa hacían callar niños llorando y te llenaban de comida y bebida. Y con tan solo sus manos eran capaces de hacerte dormir o de hacerte morir de amor con una guiñada de ojos. Eran tantas y tan bonitas que parecía, esta vez sí, que el cielo era realmente el paraíso.

No sé a cuántos aviones me he subido hasta ahora pero en todos olía a fresas. Aunque a veces olía a melocotones. Y en el último que subí olía a Kiwi. Yo, por la ventana, mientras disfrutaba de ese olor, me recostaba y veía como nos alejábamos de los problemas terrenales. De los problemas que en el cielo no existen porque el único problema real es que el baño esté ocupado. Por eso, cuando estoy arriba, me río de los problemas y me leo un buen libro. Y disfruto de los olores que cambian mientras miro las hojas pasar y las ventanas cerrarse.

No sé a cuántos aviones me he subido pero serán más. Al menos un par más, uno que me llevará de donde salí un día, y el otro que me llevará al final de este camino. Este camino que me prometí descubrir y que hasta el día de hoy no he logrado encontrar. Pero llegaré y cuando lo haga, dejaré las nubes atrás y lograré despertarme de este eterno sueño.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien! despues de casi dos mes, pense que ya te habias olvidado de este blog, a ver cuando te subes a un avion y te vienes para tomarnos unas chelas.

Bruno Rivas dijo...

muy bueno doc! escriba también en el avión para leerlo más seguido

Carlos Rojas Olivos dijo...

En el avión escribo palabras que se quedan allí, en el aire...