martes, noviembre 30, 2010

Invierno

Hoy vuelve Lucia. Sí, vuelve por fin y porque así lo ha decidido. Yo pensé que nunca lo iba a hacer pero ya me tienen aquí en el aeropuerto esperándola. Le he traído un ramo de flores y me he puesto la camiseta roja con una estrella amarilla que me da suerte, o al menos eso creo yo. Llega y se queda en mi piso. Que no es mío pero es donde yo vivo. Me lo ha dejado un amigo por tres meses que se ha ido a Nueva York por trabajo. Le pago poco la verdad, pero al menos le cuido sus cosas y le riego sus plantas. Odio sus plantas, pero tampoco es que sean un problema.

Lucia se fue en navidad y recién hoy, casi 5 meses después, vuelve. Yo en todo este tiempo no he sabido bien quién soy. Ni lo sé aún. No he podido pintar ni hacer nada. Con las justas he trabajado y leído algunos libros intrascendentes. Bueno, si a trabajar le llaman disfrazarse de mariachi y tocar un par de maracas... No tengo nada contra los que tocan las maracas pero supongo que algo más interesante he podido hacer. Pero no tenía ganas. Así he estado bien, tocando las maracas, yendo de fiesta en fiesta con un sombrero más grande que yo y olvidándome de todo mientras hacía los coros cuando cantaban “Bésame mucho”. He podido vivir, o sobrevivir, en ese apartamento, comer, navegar en internet y hasta hablar por teléfono. Sobre todo con Lucia que hace una semana me dijo adivina qué. Yo soy muy malo para las adivinanzas, y para ser sinceros, no me gustan por más que en ocasiones sepa la respuesta. Aunque esta vez obviamente no sabía la respuesta. No sé, le respondí siguiendo el juego, pero antes de decirle eso había estado pensando en mil cosas como por ejemplo que su ex me estaba buscando para matarme, o que ella había encontrado otro, esas cosas trágicas que le vienen a uno rápidamente a la cabeza. Pero no, no era nada de eso. Me dijo, después de decirme que era un lento y un aburrido por no querer adivinar, que había decidido volver a Moscú para vivir conmigo.

Yo colgué.

Cómo no lo iba a hacer. Pensé que se trataba de una broma. Que no era ella quien hablaba, sino que era uno de esos imitadores de algún programa cómico de la radio y me puse a buscar la cámara escondida por la habitación. Al no encontrar nada colgué y desconecté el teléfono. Me puse a ver televisión y no quise pensar en nada. Y no lo hice como tres horas en que vi deportes de invierno, comí mucho chocolate y me duché tres veces. Cuando volví a conectar el teléfono, sonó. Lógicamente era ella, que me dio un discurso (digamos que me insultó de muchas maneras) por unos 30 minutos. No era para menos, había cortado la conversación. Pero luego amistamos. Yo le expliqué lo que me había pasado y menos mal que me entendió y no cambió de opinión en eso de venir.

Lucia se fue hace ya casi cinco meses porque sus padres así lo decidieron y porque no tenía donde vivir ya que había dejado al novio con el que vino a esta ciudad. Se fue en diciembre, casi en navidad. Yo la acompañé esa vez al mismo aeropuerto donde ahora estoy. Fue una de las noches más tristes de mi vida, lo juro. Fue infinitamente triste. Tan triste fue que quise llorar y no pude. Pero sentí muchas cosas en mi estómago, en mi cabeza y en mis piernas. Sobre todo en estas que no fueron más capaces de aguantar al resto del cuerpo. Se fue y yo fui muy triste, vuelvo a repetir, porque no sabía si ella iba a regresar algún día. Todo estaba blanco por la nieve y ella se fue con su casaca azul y un par de maletas llenas de cosas. Alzó la mano antes de que la perdiera de vista diciéndome chau con una sonrisa que nunca entendí. Yo me quedé sentado en el aeropuerto esperando a que saliera pero nunca lo hizo. Ni siquiera un día después cuando yo aún seguía allí en esa banca sentado con alguna esperanza.

Vuelve y como ha dicho se queda a vivir conmigo. No sé lo que somos. Si somos novios, si somos amigos, si somos amigos con derecho a roce, si no somos ni amigos, no lo sé. Solo dijo vuelvo a vivir contigo. No sé si cuando baje la tenga que recibir con un apasionado beso o si le gustarán las flores que le he traído. No sé si se habrá cortado el pelo, si mi camiseta me traerá suerte o si, finalmente, se quedará para siempre por aquí. Odio cuando no sé lo que puede suceder, pero supongo que con Lucia, si es que llega, siempre será así.

miércoles, junio 09, 2010

Cuando los amigos no están

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He estado buscando a mis amigos pero ahora ninguno tiene tiempo. Ni siquiera para un par de cervezas. Están siempre de arriba a abajo con mil cosas tratando de “hacerla”. Ya no sé a quién llamar para quedar porque la verdad me aburro. Mi abuelo me ha dicho que le ayude en la fábrica pero va a ser que no. Aunque algo tendré que hacer. Tampoco quiero estar todo el día en la habitación frente a una lienzo donde no puedo pintar. Y claro, Lucia ni me escribe, ni siquiera me respondió el último mail que le escribí diciéndole que regresaba a mi país.

Como no sé qué hacer he decidido volver a la universidad. Un semestre y vemos, al menos así tendré carné universitario y podré pagar medio pasaje. Necesito ahorrar porque lo que he traído no me va a durar nada. Aunque eso del carné la verdad es que no cambia mucho las cosas. No voy a ahorrar millones pero al menos así me movilizo en combi, por más que eso quiera decir poner en peligro mi vida. Dirán que estoy exagerando pero una vez cuando estaba llegando a la universidad, a unos 500 metros, la combi donde estaba empezó a acelerar sin razón. O al menos eso creí yo cuando por la ventana vi como otra combi aparecía casi tan veloz como en la que yo estaba y trataba de adelantarnos. Entonces fue cuando nuestro hábil chofer realizó una maniobra que hizo que la combi, en donde estaba sentado leyendo a Kafka, se diera una vuelta hacia la izquierda y cayera en la pista avanzando unos 50 metros con las ventanas por el piso... Claro que me caí pero no me hice daño y ayudé a salir a la gente que estaba en el suelo. No fue fácil porque la combi se había volteado. Menos mal que no se dio una vuelta de campana porque sino ya no la contaba. Y aunque no sucedió hace mucho es una cosa que cada vez que la recuerdo me parece que no la he vivido. Siento que no me pasó a mí. Lo veo tan inverosímil que parece que lo leí en un periódico o lo escuché por allí. Pero no, fue así, sucedió todo tal y como lo he contado. Ese día llegué a la universidad nervioso pero los amigos me llevaron a tomar unas cervezas que felizmente calmaron mis ansias y nervios. Claro, antes los amigos hacían esas cosas, ahora solo quieren “hacerla” pero nadie dice qué quiere hacer. “Hacerla” supongo que será hacer dinero, otra cosa no se me ocurre.

Después de eso, cuando estaba con mis amigos en el bar llegó Giannina y me llevó a su universidad femenina. Yo estaba muy borracho, no era para menos, casi casi muero en un accidente de tránsito y todo porque una combi quiso adelantar a otra. El susto de mi vida. Ella no creo que lo haya comprendido mucho, por eso me llevó y me hizo tomar un café con leche y comer una empanada en la cafetería que estaba al lado de su universidad. Al lado porque a su universidad no me iban a dejar entrar, y según ella no porque estuviera borracho sino porque era hombre. Esa noche después llegó el papá de Giannina para recogerla de la universidad. Eran las 8 y media de la noche y llegó muy puntual en el nuevo Volvo que se había comprado. Su padre no me podía ver, me odiaba y esas cosas de padres que ven cómo sus hijas se meten con el primer estúpido que se deja un poco de barba, el pelo largo y dice que es un artista. La cosa es que el padre llegó y yo seguía borracho porque el café con leche lo único que hizo fue removerme más el estómago lo que terminó por rematar la empanada de jamón y queso. Pero no culpo a Giannina, eso no. A ella más bien le agradezco porque si no yo estaría hasta ahorita sentado en ese bar tomando cervezas para que se me pasara el susto.

Giannina me dijo te llevo a tu casa. Me hizo sentar en la parte de atrás del nuevo coche de papá. Papá me miraba por el espejo retrovisor y no veía la hora de que me bajara de su coche nuevo porque lo estaba llenando de olores alcohólicos y, seguramente, hasta de baba. Giannina le habla a su papá para que no me siguiera observando. Papá escuchaba a su hijita y se reía con ella haciendo como si nadie estuviese detrás. Yo empecé a hablar. Hablaba de la moda en París, del último Wimblendon, de la novela de Roncagliolo, de las piernas de Heidi Klum y de los cuadros de José Tola, Gerardo Chávez y Rafael Hastings, en ese orden... Giannina hablaba más fuerte que yo para que papá no escuchase lo que yo decía. Pero Giannina no me podía ganar así que yo también alcé el tono de mi voz y entonces a ella no le quedó otra que sacar su mano por el costado de su asiento y darme golpes en la pierna. Papá aceleraba más para dejarme en mi casa cuanto antes. Yo sentí los golpes y me reí. Me reí mucho porque me dio mucha risa y dije una cosa obscena.

Papá frena intempestivamente. Giannina calma papá. Yo río. Papá me llama payaso y quiere que me baje del coche. Giannina le suplica a papá, casi con lágrimas, que no me deje tirado por la calle en ese estado. Yo río. Papá arranca el Volvo nuevo y sigue camino a mi casa. Giannina se calma. Yo empiezo de nuevo y esta vez hablo de Pizarro, de cómo le hice una huacha en un campeonato interescolar, hablo de que odio la gente que se compra coches nuevos, del pelo pintado de la profesora de Lógica y de las nuevas tetas de una actriz porno. Agrego, moviendo las manos, que no me gustan porque no son estéticas. Papá mueve la cabeza y alza los ojos mirándome con odio. Giannina se agarra la cara. Yo río. Giannina me da otra vez golpes por el costado del coche. Papá de tanto acelerar y pasar otros vehículos casi voltea el coche nuevo como la combi en donde casi muero.

Llegamos a mi casa. Giannina me baja, abre con mi llave y me mete a la casa. Me dice que estoy loco pero que me quiere, y que deje de ver esas cochinadas pornográficas. Yo río. Papá, una vez que Giannina ha subido al coche, acelera y se va llevándose a su hija. Él hubiese querido para siempre, pero en ese momento no fue así. Luego sí lo fue pero porque yo dejé el país para irme a Europa. De donde ahora he regresado a matricularme a la universidad para seguir mis estudios de economía. Mejor no pienso más porque me pongo feeling y no estamos para eso, y menos cuando los amigos no están para una cerveza.

martes, febrero 23, 2010

En el altar

La vi entrar por la puerta de la iglesia. Llevaba el vestido verde que compramos en una tienda del centro. No sé por qué la había invitado. Ahora me arrepiento. Ahora es muy tarde. Se ha dejado el pelo largo y se ha peinado como le decía yo que lo haga. Tuve que invitarla, si no lo hacía iba a ser peor porque se iba a aparecer de todas maneras y me lo iba a reprochar. Pensé que con la invitación no iría a venir pero está aquí. Suena el piano de la iglesia. La gente se va acomodando. Yo miro el altar, no quiero voltear a verla pero no voy a poder soportar mucho esta situación. Volteo para verla, se ha puesto algo en la cabeza, es como una mariposa y se ríe con Soledad. Lleva unos pendientes que combinan bien con su vestido. Le gusta el color verde, y sabe que a mí me encantaba verla con ese color. Espero que esté tranquila. Se ha dado cuenta que la miro, que la observo, hay miradas que no puedo controlar. O cierro los ojos o miro el suelo. Fuera ha comenzado a llover y Lucrecia no llega todavía. Quedan diez minutos o menos para que llegue y estoy nervioso y ella sigue riendo. ¿Se reirá de mí? No creo, lo hace para disimular, yo sé que no ha querido venir pero que al final por joder lo ha hecho y la muy estúpida de Soledad que le da conversación. Los invitados siguen llegando. La música me aturde un poco y la corbata me está matando. No debí haber bebido ayer, ahora empiezo a temblar y me jode porque se nota.

Llegan los familiares de Lucrecia, los odio y no entiendo que pueden tener en común esa cuadrilla de gente tan horrible con mi Lu. Ha sido capaz de saludar a mi madre, se le ve decidida, no creo que se atreva a joderme así. ¿Me lo merezco? No. No me lo merezco, no merezco que me jodas así. Lo nuestro no pudo ser y al final hiciste lo que te dio la gana. Cuando más te necesité te fuiste y me dejaste. ¿Ya no te acuerdas acaso? Te fuiste sin más y ahora quieres que yo deje todo esto y me vaya a vivir contigo. Qué desvergonzada eres. El coro de la iglesia canta algo que no conozco. Me jode saludar y sonreír. No conozco a todos y quiero que esto se acabe de una puta vez. El cura ya está listo. Yo no. Por qué has venido, qué quieres aquí. Me gustas y lo sabes.Sabes que nunca pude decirte que no, para nada. Ahora no dejas de mirarme. Quieres que vaya a saludarte. No lo haré. Vienes hacia mí. No me lo puedo creer…

- Hola, felicidades. Estás muy guapo.
- Gracias. Qué quieres, dime. ¿Quieres algo? Si quieres algo dímelo de una vez, por favor.
- Yo solo quería saludarte y estar en el día más importante de tu vida. ¿Acaso te molesta que yo esté aquí?
- No me molesta, gracias por venir. Disculpa pero como has dicho tú es el día más importante de mi vida y estoy nervioso.
- Pues eso, que solo quería saludarte.

Me da, delante de todos, dos besos en el altar y se va. Una cosa así solo pudo haberlo hecho ella. Me ha jodido la noche: Lo peor de todo es que lo sabe. Lucrecia no llega y la iglesia está abarrotada de familiares, amigos y curiosos. No sé por qué pero en sus ojos vi esas ganas de hacer algo que le conozco de años. Esas ganas de pasar por encima de todos. Algo tiene pensado. Algo va a hacer. La he cagado al tratarla así. Es peor, hubiese tenido que ignorarla. O tratarla bien, con cariño. Pero tampoco es justo, yo siempre lo hice y cómo me pagó. Mis amigos están allí, espero que se hayan dado cuenta de que está ella, de que ha venido solo por joder y que si intenta algo la detengan. Ha llegado ya, es Lucrecia. Suena la música más fuerte. ¿Es este realmente el día más importante de mi vida? Y si lo es, por qué me siento tan solo, tan abandonado. Quiero irme. Quiero quitarle el vestido verde ese que compramos y que nunca se lo puso conmigo porque me dejó tirado un día bajo la lluvia esperando un bus. Qué quieres, a qué has venido. Haz lo que sea pero por favor no empeores más las cosas. La gente se ha dado la vuelta para ver el ingreso de Lucrecia, ella sí que no se merece esto. Yo quizás. Me cuesta estar así. Y cuando el cura me pregunté, ¿podré decir que sí? Yo miro el altar, el cura me mira y me levanta las cejas, estoy tan solo y la música me está matando, no me queda otra que bajar la mirada y esperar a ver qué pasa.