miércoles, junio 09, 2010

Cuando los amigos no están

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He estado buscando a mis amigos pero ahora ninguno tiene tiempo. Ni siquiera para un par de cervezas. Están siempre de arriba a abajo con mil cosas tratando de “hacerla”. Ya no sé a quién llamar para quedar porque la verdad me aburro. Mi abuelo me ha dicho que le ayude en la fábrica pero va a ser que no. Aunque algo tendré que hacer. Tampoco quiero estar todo el día en la habitación frente a una lienzo donde no puedo pintar. Y claro, Lucia ni me escribe, ni siquiera me respondió el último mail que le escribí diciéndole que regresaba a mi país.

Como no sé qué hacer he decidido volver a la universidad. Un semestre y vemos, al menos así tendré carné universitario y podré pagar medio pasaje. Necesito ahorrar porque lo que he traído no me va a durar nada. Aunque eso del carné la verdad es que no cambia mucho las cosas. No voy a ahorrar millones pero al menos así me movilizo en combi, por más que eso quiera decir poner en peligro mi vida. Dirán que estoy exagerando pero una vez cuando estaba llegando a la universidad, a unos 500 metros, la combi donde estaba empezó a acelerar sin razón. O al menos eso creí yo cuando por la ventana vi como otra combi aparecía casi tan veloz como en la que yo estaba y trataba de adelantarnos. Entonces fue cuando nuestro hábil chofer realizó una maniobra que hizo que la combi, en donde estaba sentado leyendo a Kafka, se diera una vuelta hacia la izquierda y cayera en la pista avanzando unos 50 metros con las ventanas por el piso... Claro que me caí pero no me hice daño y ayudé a salir a la gente que estaba en el suelo. No fue fácil porque la combi se había volteado. Menos mal que no se dio una vuelta de campana porque sino ya no la contaba. Y aunque no sucedió hace mucho es una cosa que cada vez que la recuerdo me parece que no la he vivido. Siento que no me pasó a mí. Lo veo tan inverosímil que parece que lo leí en un periódico o lo escuché por allí. Pero no, fue así, sucedió todo tal y como lo he contado. Ese día llegué a la universidad nervioso pero los amigos me llevaron a tomar unas cervezas que felizmente calmaron mis ansias y nervios. Claro, antes los amigos hacían esas cosas, ahora solo quieren “hacerla” pero nadie dice qué quiere hacer. “Hacerla” supongo que será hacer dinero, otra cosa no se me ocurre.

Después de eso, cuando estaba con mis amigos en el bar llegó Giannina y me llevó a su universidad femenina. Yo estaba muy borracho, no era para menos, casi casi muero en un accidente de tránsito y todo porque una combi quiso adelantar a otra. El susto de mi vida. Ella no creo que lo haya comprendido mucho, por eso me llevó y me hizo tomar un café con leche y comer una empanada en la cafetería que estaba al lado de su universidad. Al lado porque a su universidad no me iban a dejar entrar, y según ella no porque estuviera borracho sino porque era hombre. Esa noche después llegó el papá de Giannina para recogerla de la universidad. Eran las 8 y media de la noche y llegó muy puntual en el nuevo Volvo que se había comprado. Su padre no me podía ver, me odiaba y esas cosas de padres que ven cómo sus hijas se meten con el primer estúpido que se deja un poco de barba, el pelo largo y dice que es un artista. La cosa es que el padre llegó y yo seguía borracho porque el café con leche lo único que hizo fue removerme más el estómago lo que terminó por rematar la empanada de jamón y queso. Pero no culpo a Giannina, eso no. A ella más bien le agradezco porque si no yo estaría hasta ahorita sentado en ese bar tomando cervezas para que se me pasara el susto.

Giannina me dijo te llevo a tu casa. Me hizo sentar en la parte de atrás del nuevo coche de papá. Papá me miraba por el espejo retrovisor y no veía la hora de que me bajara de su coche nuevo porque lo estaba llenando de olores alcohólicos y, seguramente, hasta de baba. Giannina le habla a su papá para que no me siguiera observando. Papá escuchaba a su hijita y se reía con ella haciendo como si nadie estuviese detrás. Yo empecé a hablar. Hablaba de la moda en París, del último Wimblendon, de la novela de Roncagliolo, de las piernas de Heidi Klum y de los cuadros de José Tola, Gerardo Chávez y Rafael Hastings, en ese orden... Giannina hablaba más fuerte que yo para que papá no escuchase lo que yo decía. Pero Giannina no me podía ganar así que yo también alcé el tono de mi voz y entonces a ella no le quedó otra que sacar su mano por el costado de su asiento y darme golpes en la pierna. Papá aceleraba más para dejarme en mi casa cuanto antes. Yo sentí los golpes y me reí. Me reí mucho porque me dio mucha risa y dije una cosa obscena.

Papá frena intempestivamente. Giannina calma papá. Yo río. Papá me llama payaso y quiere que me baje del coche. Giannina le suplica a papá, casi con lágrimas, que no me deje tirado por la calle en ese estado. Yo río. Papá arranca el Volvo nuevo y sigue camino a mi casa. Giannina se calma. Yo empiezo de nuevo y esta vez hablo de Pizarro, de cómo le hice una huacha en un campeonato interescolar, hablo de que odio la gente que se compra coches nuevos, del pelo pintado de la profesora de Lógica y de las nuevas tetas de una actriz porno. Agrego, moviendo las manos, que no me gustan porque no son estéticas. Papá mueve la cabeza y alza los ojos mirándome con odio. Giannina se agarra la cara. Yo río. Giannina me da otra vez golpes por el costado del coche. Papá de tanto acelerar y pasar otros vehículos casi voltea el coche nuevo como la combi en donde casi muero.

Llegamos a mi casa. Giannina me baja, abre con mi llave y me mete a la casa. Me dice que estoy loco pero que me quiere, y que deje de ver esas cochinadas pornográficas. Yo río. Papá, una vez que Giannina ha subido al coche, acelera y se va llevándose a su hija. Él hubiese querido para siempre, pero en ese momento no fue así. Luego sí lo fue pero porque yo dejé el país para irme a Europa. De donde ahora he regresado a matricularme a la universidad para seguir mis estudios de economía. Mejor no pienso más porque me pongo feeling y no estamos para eso, y menos cuando los amigos no están para una cerveza.