martes, diciembre 02, 2008

De ferias 1

Se me había caído esa cosa que te dan para entrar a la feria del libro sin pagar. Una especie de fotocheck pero sin foto, solo con tu nombre y otros datos. Eso se me había caído por los suelos de la feria. Sí, por estar soñando con tantos libros, por verme allí sentado en uno de esos pabellones hablando de la literatura, del amor y de la arena blanca que lejos está. Todo eso me imaginaba yo mientras recorría los pasillos haciendo fotos cuando se me cayó mi pase de prensa para la feria del libro más grande del mundo. Pabellón 5, Editoriales internacionales, allí creo que se me cayó, entre Santillana y Anagrama, al lado del oscuro stand de Carmen Balcells. Si perdía ese permiso tendría que pagar una multa, así que no me quedó otra que buscarlo.

Caminaba por donde había venido, no sabía dónde se me había podido caer. ¿Alguien lo habría encontrado? ¿Quién llevaría mi nombre en estos momentos? ¿Quién era yo? Caminaba y volvía a ver esas caras que gentilmente ofrecían sus libros y escritores al mundo. Nadie parecía haber visto mi entrada. Yo miraba los suelos cuando todos miraban las hojas. Casi me arrastraba por la alfombra de la feria cuando la vi.

Vi a ella. Llevaba el pelo amarrado con una cosa extraña. La vi inquieta, como esperando algo. Estuvo allí todo el tiempo pero yo la encontré por los suelos. Alzó la mirada y nos vimos. Sonrió porque ese era su trabajo y yo me fui, asustado ante tanta sonrisa. Mi búsqueda se había interrumpido por una mirada cómplice, de esas que se dan en las ferias literarias. No sabía si dar por perdido el sinfotochek o seguir. La búsqueda ya no iba a ser lo mismo con los ojos de ella, por eso decidí desistir y solo dar vueltas a su alrededor. Así estaba yo, dando vueltas para arrinconar esa mirada cuando de pronto ella se fue. No se había dado cuenta, o quizás sí, de que yo estaba todo el tiempo tratando de reencontrarme con su mirada cuando entonces la vi.

Vi a ella. La vi entre su cartera y su teléfono móvil. Era mi entrada a la feria. Estaba allí esperándome y acostumbrándose al olor de ella. No la veía bien pero estaba seguro de que era la mía. No supe qué hacer así que decidí seguir dando vueltas. Cuando pasé por decimosegunda vez por la editorial Norma y vi como un escritor seguía tratando de explicar de que su libro sería muy vendido en todo el continente americano, me di cuenta de que tenía que hablarle, así que me persigné, como si fuera a entrar a la cancha.

Hola, disculpa, ¿hablas español? Hola, sí, claro, dime. Qué bien, bueno nada, solo que yo estaba por aquí pasando y haciendo fotos, y como soy muy distraído se me cayó mi fotocheck, aunque no tenga foto, pero bueno aquí en Alemania son muy confiados por eso nada de fotos, además supongo que lo hacen para ahorrar por más que todo sea ahora digital, pero bueno no sé si has visto una de esas entradas de prensa que te dan para no pagar los 18 eurazos que te cuesta entrar a este lugar.

Ella tomó aire cuando el que tenía que hacerlo era yo. Movía los ojos a los lados. Llevaba una blusa blanca, la falda gris y las medias negras como sus zapatos. Parecían esas medias de las escolares de secundaria que llevan casi hasta la rodilla. Sí, me dijo, yo la encontré aquí en el suelo, tú debes ser Carlos, ¿verdad?

Es raro sentirse Carlos. Casi todo el mundo se llama así, es como si fueras una gaseosa y te ponen cocacola de nombre, pero cuando me lo preguntó ella por primera vez en mi vida me sentí más Carlos que nunca. C-a-r-l-o-s. Sí, soy yo y dije mis apellidos para que ella no tenga duda de que el único Carlos en ese momento era yo. Cuando me la dio yo tenía que irme. Tenía que dejarla allí, sola, para que siga trabajando. Y eso estaba haciendo cuando me dijo algo: Carlos, a las 5 regalamos libros, date una vuelta por aquí. Yo no pude decir nada, solo sonreí. Mis palabras se habían quedado en todos esos libros por los que ella estaba rodeada. Me fui así, sonriendo y mirando mi reloj, faltaban 30 minutos para volver a verla con un motivo y no verla así asolapadamente y dando vueltas; por eso decidí irme a Mondadori para hacer tiempo y ver si es verdad que Paulo Coelho vende libros como churros.