martes, abril 19, 2011

La inteligencia del fútbol


Escuché hace unos días en una entrevista decir a un futbolista que su equipo había jugado un partido inteligente y práctico. Que habían sido ordenados y el resultado había sido satisfactorio. Todo esto lo dijo rodeado por periodistas que movían sus cabezas al ritmo de esas palabras y a mí despertaron un poco de curiosidad por saber cuánto había ganado su equipo y quién había hecho los goles. Grande fue mi sorpresa al ver que el resultado había sido un paupérrimo, tedioso y soporífero cero a cero. Y mayor aún fue esa sorpresa, o quizá desilusión, cuando me enteré que dicho jugador había sido expulsado minutos antes de terminar el encuentro.

¿Puede un cero a cero ser un resultado satisfactorio en un partido de Liga? ¿Se puede ser práctico cuando juegas profesionalmente al fútbol? ¿La inteligencia en este deporte no estaba en dar un pase al “vacío”, inventar un sombrero, hacer de la nada un pase de taco o "driblear" a todo lo que se te pone enfrente? Son preguntas que me he estado haciendo los últimos días con tantos partidos habidos y por haber. Y como las respuestas siempre son difíciles de hallar he estado recordando aquellos tiempos en que empatar era lo peor que podía pasar. Así, como lo leen. Cuando salir a empatar quería decir ser repudiado ya no solo por la hinchada contraria, sino también por la propia, ya que se consideraba una falta de respeto para el respetable. Y recuerdo esos días en que sentado con mi abuelo veíamos los clásicos. El abuelo era una gran persona pero no compartíamos los mismos colores y apostábamos porque sabíamos que uno de los dos equipos iba a ganar, o por lo menos los dos lo iban a intentar. En esos tiempos respetaba al clásico rival porque sabía que podían ganar. Y lo hacían, ¡vaya si lo hacían!, fueron años duros en que para ganarle los nuestros tenían que hacer el partido de su vida y sufrir hasta el último minuto para evitar ese empate que ahora se celebra como un triunfo.

Mi abuelo y yo apostábamos un vaso de agua, el que perdía se lo tomaba delante del otro. ¡Cuántos vasos de agua habré tomado en esa época! Muchos, pero alguno también le tocó tomar al abuelo que me enseñó, entre otras miles de cosas, esa forma sana de ponerle punto final a una semana tensa y a 90 minutos con el corazón en la mano para vencer al eterno rival. Pero hoy supongo que mi abuelo y yo nos dormiríamos viendo estos clásicos que lo más emocionante que tienen son las tarjetas amarillas y rojas, la bulla en las tribunas y alguna que otra animadora en el entretiempo. ¿Y el fútbol? No lo sé, hay equipos que no dan ni tres pases seguidos, salen a no perder y supongo que así los partidos son muy inteligentes y prácticos.

Y digo todo esto porque no solo los clásicos han cambiado, sino también la forma de ver el fútbol de las personas. Hay muchos que con esas declaraciones del citado futbolista están contentos y pueden dormir tranquilos. Estamos rodeados, en todo el mundo, de entrenadores que juegan a no perder, a encerrarse atrás y parece como si ellos fueran genios porque, a veces, ganan. Y estas personas ahora dicen que es justo que sea así y tienen hasta la osadía de decir que lo que más importa es el resultado. Lo que importa es ganar, repiten a diestro y siniestro. Me pregunto yo: si solo les interesa el resultado ¿para qué ven los partidos?, ¿no sería mejor que compren al día siguiente el periódico y que lean si su equipo ganó y ya está? Inútil discutir con ellos, están cegados con el show y los discursos de dichos directores técnicos.

Siento que soy un nostálgico, tal vez, pero pregúntenle al abuelo si no es verdad lo que hacíamos si había un empate a cero en un clásico. Era solamente apagar la tele y decir a viva voz: ¡estos no sirven para nada!

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