martes, abril 05, 2011

Suposiciones empezando la primavera después de escuchar 16 veces The Bends de Radiohead en dos aviones diversos




Yo pensaba (con miedo) que cuando uno regresaba a veces tenía ganas de nunca más volverse a ir. O al revés. Al revés quiere decir que uno llegaba y quería irse de inmediato, quería cerrar los ojos y al abrirlos encontrarse en la puerta de embarque, ya despedido y listo para volver a la rutina sin esperar nada porque nada había que esperar, solo el final de los días, de las noches cortas y de los pasadizos más oscuros que de costumbre. Supongo ahora que así estaba yo en este viaje: decepcionado con las palabras, con los abrazos por dar y con un cansancio mental fuera del común. ¿Soy muy raro o estoy muy raro?, me preguntaba ayer al cuestionarme el porqué de mi alejamiento de ciertas personas, o el simple desinterés de querer ver a cierta gente. Mi encuentro con mi media mitad ayudó a encontrar respuestas a algo que ni yo mismo había percibido: estás creciendo, cerrando puertas y abriendo otras, me dijo sabiamente. Nunca pensé mirar a la persona a la que suelo aconsejar sobre cómo vivir indiferente a la vida diciéndome con tanta exactitud qué me estaba pasando.

Muévete, me dijo. Cierra y abre, tú tienes la llave, agregó. La llave de la que habló supongo que es esto que llaman intuición. La mía es como esas canciones que te hacen bailar hasta abajo moviendo las caderas hacia los lados. Aparece cuando menos la espero y no dice nada, solo me observa y me deja tirado en medio de la carretera atravesada por coches a toda velocidad. La mia intuizione siempre termina alejándome de lugares a los que no debo ir, me hace (supongo) pasármela bien y me aleja de gente que no merece ser vista. El merecer no ser visto tiene que ver mucho con eso de cerrar puertas y abrir otras. La llave de la que hablaba esa filósofa de las cenas a la luz de las velas, mientras comía salmón con una ensalada de col con tomate y aceite de oliva, es exactamente lo que me hace esquivar esos coches.

Yo pensaba (con más miedo que antes) que cuando uno regresaba te esperaban cientos de gentes con flores, guitarras, carteles, colores y fruta; y que uno tenía que poner cara de circunstancia y decir a todo lo bello que era y hacerse fotos con muñecos y guaripoleras. O al revés. Simplemente llegar, ver todo vacío y observar al pata que está a tu lado con un trapeador diciéndote muévete, que tengo que hacer mi chamba. Luego ver la ciudad vacía durmiendo que te dice: ¿crees que me voy a despertar porque has llegado tú? Y por más que tengas ganas locas de encontrar una conversación acorde solo encuentres tiendas cerradas, ascensores llenos, sillas sin patas, posavasos rotos o botellas que por más que las bebas nunca se terminan de vaciar. ¿Soy yo el raro o lo demás lo es? me pregunto ahora y me río, por más que el chiste sea difícil de entender.

El sol no quema, ni la ciudad es tan grande como todos piensan. Sigue sin existir todo lo que no podemos ver más allá de lo que llega nuestra vista por más que tengamos infinitas amistades en las redes sociales. Las voces no llegan a todas partes y las convocatorias para darte la mano son inútiles. Las nuevas personas reemplazan con vitalidad a las que quisieron ser antiguas y las nuevas sonrisas son más naturales, más frescas. Aunque ustedes no lo crean, y las escrituras digan lo contrario, uno puede vivir en 50 metros cuadrados con un lapicero, dos botellas de agua y una baraja de cartas.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ta bueno el menú :)

Carlos Rojas Olivos dijo...

Bueno, pero muy poco!